30 octubre 2007

Recuerdos inesperados

No pasa con frecuencia, pero cuando ocurre suele dejar huella. Me refiero a esos pedazos de la vida que no se olvidan aunque acumulen toneladas de polvo en un rincón del corazón. Tú los aparcas, los tapas con una tela y te olvidas de ellos hasta que un día algo o alguien te recuerdan que siguen en el mismo sitio, con menos o distinto valor, pero igual de consistentes.

Ocurrió hace unos días mientras revolvía entre una pila de libros que aún no han encontrado sitio en la estantería. Allí estaba uno de mis favoritos, 'Todos los sueños del mundo', de Javier Reverte. Al verlo con las pastas tan bien cuidadas recordé rápidamente que aquel no era el libro original que adquirí casi por casualidad, sino uno que me regaló R. por mi cumpleaños. Realmente era un 're-regalo', si puede llamarse así, porque el original se lo había regalado yo a ella en otro momento. En el nuevo, el mío, el que recibí por correo una tarde de octubre, cuando ya no compartíamos ciudad, venía con una dedicatoria que volví a leer después de unos cuantos años:

"Para que como Jaime Arbal, en el fondo nunca pierdas la esperanza de un futuro mejor. Gracias por los meses que me regalaste... Y recuerda una cosa... ¡Sonríe siempre!"

Al leer la última palabra una nube de polvo precedió a la reaparición del recuerdo. Allí estaban esos meses, recubiertos de una capa de tiempo y espacio considerable, pero en un perfecto estado de conservación. Fue una bofetada de tal calibre que tuve que cerrar el libro y tragar saliva.

22 octubre 2007

Treinta

Ya están aquí los 30. Han llegado de forma sigilosa, sin apenas hacerse notar. El teléfono sonó ayer menos veces de las que esperaba (lo que no sé si significa que me estoy quedando sin amigos o que el tiempo y la distancia provocan que muchos de los habituales sms no hayan llegado esta vez), no hubo grandes celebraciones (eso quedó para los tiempos del colegio) y mi ánimo, pese a todo, se mantiene en un nivel aceptable. El depósito de autoestima está bajo, pero parece que se ha cerrado la fisura por la que se derramaba a principios del otoño.

Eso sí, para hacer inolvidable el día en el que avancé hacia la cuarta década, un cabestro en forma de portero de fútbol me arreó un codazo que me ha dejado el ojo como el de un boxeador después de un combate: párpado hinchado y moratón a juego. Más que por las secuelas físicas, el golpe me molesta por las consecuencias que arrastra: todo el mundo te pregunta qué te ha pasado y te dice “es que te estás haciendo viejo”. Es una broma fácil, que seguramente haría yo en sentido inverso también, pero no cabe duda de que tiene algo de razón…

Treinta es un bonito número, redondo y rotundo, con personalidad. Ha llegado el momento de recobrar el aliento, de marcarse nuevas metas, de seguir en la lucha, de, como decía el título de uno de mis blogs favoritos, continuar buscando el mundo feliz. La crisis de los 30 se abalanza sobre mí, pero yo no me rindo.


Mikel Erentxun - De espaldas a mí ("Treinta años sin un gramo de madurez")

19 octubre 2007

Cobardes de bata blanca

Los cobardes también se visten con bata blanca. Creía que era una profesión donde la valentía era un requisito y no una virtud añadida, pero he comprobado que no es así, que hay ratas de alcantarilla en todos los lados, hasta en los hospitales.

Los médicos cobardes se desenmascaran cuando se enfrentan a un paciente de "segunda categoría" con una enfermedad complicada: una persona con parálisis cerebral que sufre constantes infecciones de orina que a veces llegan hasta la sangre. Piensan que tienen muy poco que ganar y que no merece la pena arriesgarse por una persona que debería haber muerto, según sus miserables cálculos, hace 20 años. Si ahora una infección se complica y se la lleva por delante, "tendréis que haceros a la idea", nos dicen. Vale, nos quedamos con los brazos cruzados mientras vemos sufrir a un ser querido sólo porque a vosotros no os da la gana de hacer un diagnóstico, de cumplir con vuestro trabajo, de responder al grandilocuente juramento hipocrático.

Y no nos contéis milongas. Si el paciente fuera una persona de 26 años sin parálisis cerebral, os dejaríais la piel por buscar una solución. “Tiene toda la vida por delante”, diríais. Pero tenéis miedo de hacer pruebas a un ser humano (tan humano como cualquiera) que no sabéis como va a reaccionar, que ofrece múltiples complicaciones y que tiene una salud extremadamente frágil. Y aunque no hable ni camine, sonríe con tal naturalidad que demuestra que está más viva que todos vosotros. Pero sólo os importa vuestra reputación. Sois unos miserables.

Dedicado exclusivamente al grupo de médicos (¿?) del Hospital Río Ortega de Valladolid que no han querido ni siquiera tomarse la molestia de estudiar el caso de mi hermana.

10 octubre 2007

A ras de suelo

No me gusta volar. Y cada vez menos. Los aviones me hacen sentir extremadamente vulnerable e inservible. Si al aparatito le da por caerse de lo alto, no se salva ni el apuntador. Por eso, intento minimizar mis visitas a los aeropuertos y trato de viajar siempre en contacto con el suelo.

Sin embargo, hay veces que no queda más remedio que subirse a un avión. Y el viernes es una de esas ocasiones. Bruselas está demasiado lejos como para ir en coche y tampoco tenemos tantos días libres como para perder un par de ellos viajando. Y A. se merece este viaje, tiene que desconectar y olvidarse por unos días de tantas preocupaciones. Se merece que haga el esfuerzo de subirme a ese condenado chisme con alas…

Otra vez el nudo en el estomago y el corazón acelerado. Y no sólo hay que llegar, después hay que volver. Espero que, al menos, lo que queda entre medias merezca la pena. Seguro que sí.

Hasta la semana que viene!

Y para el que quiera ver como escribe un buen periodista, le dejo este enlace:
http://www.aviladigital.com/final.asp?id_seccion=18&id_noticia=61328&nl=yes

Y para ayudarme a digerir esto del avión me quedo con este divertido tema de Love of Lesbian:


Love of Lesbian - Me amo

04 octubre 2007

Hora 25

Hace tiempo que añoraba tu voz. Hoy, desgraciadamente, he vuelto a escucharla. Hubiera preferido no volver a oirla, porque eso habría significado que aún estarías vivo, pero esa enfermedad bastarda, ese traicionero enemigo invisible, ha vuelto a hacer de las suyas.

Formidable comunicador, periodista ejemplar, espejo en el que mirarme profesionalmente, voz privilegiada, altavoz de mis inquietudes políticas y sociales... Hoy la radio llora, hoy se va contigo un pequeño pedazo de mi vida.

Descanse en paz, Carlos Llamas.