30 septiembre 2007

In my place

Sopla el viento del norte. El otoño se abre paso sin mirar atrás y los días se acortan. Al sol se le agotan las pilas cada vez con más rapidez y mi ánimo se estanca. Se me escapa mi venerado verano y con él las tardes de polvo, sudor y bielas. Rescato del armario la cazadora vaquera y vuelvo a cabrearme al comprobar que este año mis equipos de fútbol tampoco me darán ninguna alegría. Me despido de A en la estación de autobuses y siento que el círculo nunca se cierra. Hay que dar un paso más, pero parece que ambos tenemos miedo a qué se yo. Y decir adios cada domingo desde el anden me asquea. Pasa el tiempo y con él se marchan también algunas de mis fuerzas. Los 30 están a la vuelta de la esquina y sigo intentando desatascarme sin éxito...

Yeah, how long must you wait for it?
Yeah, how long must you pay for it?
Yeah, how long must you wait for it?
Oh, for it?



Coldplay-In my place

17 septiembre 2007

Pese a todo... Glorious day

Ando estos días enfrascado en un dichoso trabajo que tengo que entregar el día 20 para poder completar el primer año de Doctorado. El plazo se agota y las páginas de word siguen teñidas de un blanco nuclear. Mi cerebro se esfuerza en buscar las palabras adecuadas, pero sólo soy capaz de plasmar un barullo de ideas que no acaban de cuadrar. Mi conciencia grita: "¡¡Vamos espabila, qué no te va a dar tiempo!!". No son días gloriosos, pero cuando suena la voz de Danny McNamara, hasta creo que me va a dar tiempo a completar este trabajo... Ya lo decía un anuncio: "Sería terrible vivir sin música".


Glorious day, Embrace

11 septiembre 2007

Estados de ánimo

Alegría y tristeza. Dos estados de ánimo contrapuestos. Dos palabras tan aparentemente distintas, pero tan cercanas en la vida diaria. En apenas unas horas las lágrimas más amargas se transforman en risas incontroladas. El ser humano se adapta al ritmo que marca el destino y asume sus consecuencias. No queda otra.

El sonido sordo de las campanas, marcando una hora indeterminada entre las 11 y las 12, alimenta el desasosiego. El calor aún sofocante de septiembre se mezcla con las tenues voces de quienes esperan el inicio del funeral. La mayoría esconde su dolor debajo de una tranquilidad irreal. La normalidad es sólo aparente. Los parpados hinchados, los abrazos y las condolencias no dejan lugar a las dudas: la ceremonia de la muerte está a punto de comenzar.

A., con su inmenso corazón a flor de piel, aguanta apenas un par de segundos sin soltar una lágrima. Después alguien le da el pésame y sus ojos vuelven a llorar. Se ha ido su abuelo. Una muesca más para un corazón que en apenas año y medio ha tenido que soportar tres muertes de personas cercanas.

La plaza del coqueto pueblo gaditano se va llenando de gente. A los familiares y amigos se suman un buen número de simples vecinos que quieren despedir a un hombre que llegó a ser alcalde de la localidad. Y desde un segundo plano, empequeñecido por mi propia timidez, observo lo que ocurre sin saber muy bien qué hacer. Apenas soy todavía un aspirante a familiar y es la primera vez que piso ese pueblo de casas blancas.

Durante 90 minutos el dolor marca las caras de la mayoría de los presentes. La ‘cultura de la muerte’ impone su ritmo. Palabras vacías, flores empalagosas y una ceremonia religiosa que retuerce y estira ese dolor hasta el límite de lo tolerable. Tengo un nudo en el estomago y la cara pálida. Los cementerios me anulan…

Unas cuantas horas después A. y yo entramos en una vieja nave reconvertida en un gran salón para celebraciones. Al abrir una pequeña puerta, una guapa novia nos mira y exclama con una sonrisa: -¡Os ha dado tiempo a llegar! Y acto seguido se lanza a por nosotros para agradecernos de corazón el esfuerzo para estar a su lado en un día tan especial. Poco a poco, el calor de la noche, las palabras de ánimo, el apoyo y la solidaridad de los amigos provocan que A. aparque su dolor en un rincón de su corazón. Vuelve a sonreír y esta vez sin esfuerzo. Cuando vuelva a estar sola aún derramará muchas lágrimas al recordar a su abuelo, pero durante la madrugada recupera esa mirada tan especial.

Otra vez vuelvo a situarme en un papel secundario. Allí también me siento un poco superado por la situación, pero el maldito nudo del estomago se ha deshecho al comprobar que A. ha recuperado la alegría.


Así es la vida. Una sucesión de estados de ánimo. Ahora arriba, dentro de un segundo abajo.

03 septiembre 2007

Quien pudiera ser Richard Ashcroft

La situación se repite con asiduidad: Vas caminando por la calle y de frente viene una de esas personas a la que conoces, pero con la que no tienes una relación estrecha… pongamos una antigua compañera del instituto con la que cruzaste apenas cuatro palabras. Al principio te asaltan las dudas sobre si pararte a hablar con ella o simplemente saludarla. Cuando compruebas que la otra persona no aminora su ritmo y que no tiene intención de detenerse te relajas pensando que un sencillo "hasta luego" será suficiente. Preparas una sonrisa convincente y no muy forzada, giras la vista hacia esa persona y cuando abres la boca e inicias el movimiento para acompañar las palabras con un ligero saludo con la mano, compruebas que ella no tiene ninguna intención de saludarte. Y tú te quedas con el molde y con cara de tonto. Quien pudiera ser Richard Ashcroft…