31 julio 2007

Historias de un globero I

Será el ‘efecto Contador’ o que este verano tengo más fuerza de voluntad. Será que tengo más tiempo libre y más kilómetros de entrenamiento o que como dicen algunos me estoy volviendo un poco loco. Sea lo que sea, lo cierto es que ayer me planteé un nuevo reto en mi “carrera ciclista”: la subida al Puerto de Cotos por el llamado camino viejo de El Paular. Una ruta inédita para mí que llevaba años teniendo en la cabeza, pero para la que siempre encontraba alguna excusa.

Salí de casa con la determinación de reservar fuerzas, de pedalear con calma y de acercarme al inicio de la subida con buenas sensaciones…ayy, las sensaciones, no se sabe ni que forma tienen, pero sí que son determinantes para saber si te tocará sufrir o disfrutar durante la ruta ciclista.

Y comencé a buscar esas sensaciones, las buenas por supuesto, en los tres kilómetros que separan mi casa del inicio del carril bici que me lleva hasta la localidad de La Granja. No me gusta pedalear por la ciudad y menos cuando tienes que hacerlo en subida. Los coches, que te ven como a un estorbo, te pasan rozando, y los peatones, que cruzan de oídas, se tiran a la calzada sin intuir tu sigiloso avance… Y tú, que acabas de salir de casa y que ya vas resoplando por la repentina subida, haces además un esfuerzo extra para esquivar coches aparcados, puertas que se abren de forma repentina, trazar rotondas imposibles e intentar tragar la menor cantidad de humo posible.

Antes de despedirme de la ciudad pasa lo inevitable. Un coche se salta un ceda el paso y de repente ve que estoy casi encima y se para en seco. Mientras pego un frenazo y giro para esquivarle, una señora me grita por la ventanilla:

-¡¡Dónde vas!!
-¡¡Dónde vas tú, que te has saltado un ceda el paso!!- contesto lleno de rabia.
(Otro día hablaré de mis enfrentamientos con los conductores, hoy de momento lo dejo aquí)

Alcanzo por fin el carril bici y me separo ligeramente de los coches. Esquivo unos cuantos peatones que ignoran la señal que les prohíbe caminar por esa vía y con las piernas cargadas de buenas sensaciones avanzo a buen paso hacia la Sierra de Guadarrama. Atravieso La Granja, Valsaín y me acerco por carretera hasta el pie del puerto de Navacerrada.

Antes de iniciar la subida, decido comer un poco. Llevo 20 kilómetros y aunque no tengo hambre creo que me sentará bien un trocito de fruta antes de empezar lo duro. Encaro la primera rampa, una de las más duras del popular puerto segoviano, y aunque las piernas se resienten por culpa de la pendiente, lo que me preocupa es que el fuerte calor me hace ir un poco más sofocado de lo normal y eso provoca que el corazón tienda a latir con mayor velocidad. Por fortuna, este tramo finaliza en poco más de 500 metros, justo al llegar al inicio de las ‘7 revueltas’. Allí, abandono la carretera y cojo una pista forestal que se adentra en el pinar.

Al separarme definitivamente de la circulación siento un cierto alivio. Esta circunstancia unida a una disminución considerable de la pendiente me reanima y me invita a ser optimista para afrontar lo que aún me queda. Todavía circulo por una zona conocida y sé que antes de iniciar la subida a Cotos tengo que superar un corto y duro repecho en el que debo intentar no desgastarme demasiado.

Aprovecho este tramo para disfrutar del aire limpio, del peculiar olor de la sierra y del considerable descenso de temperatura que provoca la abundante vegetación. Con estas condiciones tan favorables, supero el repecho con cierta soltura y giro a la izquierda para adentrarme en el camino viejo de El Paular. El asfalto desaparece por completo y es sustituido por una pista de tierra salpicada de numerosas piedras, ramas y raíces. Va a ser duro…

Y no me equivoco. Los cuatro kilómetros de ascensión son una verdadera prueba de resistencia. Hay que pedalear la mayor parte del tiempo sentado porque la bicicleta derrapa constantemente y la pendiente alcanza por momentos porcentajes considerables. A mitad de subida, ya me he quitado las gafas de sol y llevo el casco desabrochado. Hace mucho calor y me sudan hasta las manos…

Después de una pequeña curva a la izquierda me encuentro con que el camino está completamente encharcado. Hago un último esfuerzo y cuando pierdo por completo la tracción pongo pie a tierra. Me tocará empujar la bici durante cerca de 300 metros para salvar esa zona impracticable.

Para un ciclista, bajarse de la bici en una subida es una derrota, pero no es el caso, aquí son las malas condiciones de la pista las que obligan. Además, ese pequeño parón me sirve para recuperar un poco las fuerzas y afrontar el último kilómetro con garantías. La pista ya no tiene agua, pero se ha transformado en un estrecho sendero lleno de raíces que obligan a un esfuerzo extra para sortearlas o saltarlas.

En la cima de Cotos

Cuando alzo la vista y veo la cima, suelto un expresivo: ¡¡Vamos!! Ya estoy arriba. “La tortura” ha terminado. Alcanzo la carretera que corona el puerto y siento un tremendo alivio. Lo he conseguido. Tengo hasta la carne de gallina y un nudo en la garganta… Quizá puedo decir hasta que me siento feliz. Ahora sólo me queda disfrutar de la bajada por carretera y regresar a casa con el depósito de la autoestima repleto. Cuando me baje de la bici, el cuentakilómetros indicará algo más de 62 kilómetros y casi tres horas de recorrido… Ha merecido la pena.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionante. Lo mal que se pasa en el recorrido pero lo feliz que se siente uno al llegar a la meta, eh??

Mi enhorabuena (así contado se da cuenta uno de lo duro que es, no un simple "Ayer subí hasta Cotos").

Pero también pienso que estas loco...

Un abrazo. :-)

Unknown dijo...

Madre mía, menuda paliza!

Aunque como bien dices, merece la pena, sobretodo porque cuando alcanzas la meta te sientes más vivo.

Este post a parte de despertar mi admiración me recuerda que mi bici lleva siglos muerta de asco en el garaje... glups.

Unknown dijo...

Ah, una cosita... cuando entro en tu blog me salta un pop-up con un anuncio de Fernando Alonso, socorro, está hasta en la sopa :P

JC77 dijo...

jqn: Me alegra verte por aquí, de verdad. Por cierto, recuerda que hubo una época en la que tú también participabas en estas locuras...

otrataza: Tienes toda la razón. Para mi montar en bici es disfrutar de la vida, sentirme vivo... Ya va siendo hora de que tú saques la tuya del garaje ;)

En cuanto al pop-up ese...ummm, no sé como quitarlo!! Y con lo mal que me cae el Fernandito Alonso

Herel dijo...

Quizá es porque yo no hago apenas ciclismo de asfalto sino de senda, pero cuando la cuesta es grande (o si hay lecho de arena) y avanzas más rápido andando que pisando con fuerza una pedalera que apenas gira, bajarme de la bici no es ninguna derrota. Además descansas un poco la rabadilla del sillín y estiras las piernas duras. :)

JC77 dijo...

Tienes razón Herel, no es una derrota, es simplemente supervivencia.

Yo también prefiero las sendas, las pistas forestales, los caminos...pero a veces no me queda más remedio que ir por carretera para llegar hasta ellos.

Gracias por tu comentario.

Avo dijo...

Uff! Nosotros hemos hecho alguna vez ese recorrido por el otro lado y sobre todo la parte final se las trae!!! Aunque es una pasada... Y el relato anima a repetirlo.

Saludicos sobre ruedas!

JC77 dijo...

ASí es Álvaro, el tramo final es una dura prueba física y técnica, porque cuesta mucho no caer con tanta raiz y tanta piedra suelta... AL igual que vosotros, creo que yo también volveré a intentarlo. Muchas gracias por dejar un comentario.